
La industria del entretenimiento vive una de esas semanas en las que una carta puede valer miles de millones. Paramount Skydance ha decidido saltarse el guion clásico de negociaciones discretas y hablarle a quien realmente tiene la llave: los accionistas de Warner Bros. Discovery (WBD). El mensaje es simple en apariencia, pero cargado de intención: “nuestra oferta es superior” y aún están a tiempo de elegir otro destino.
La carta no es solo un gesto de relaciones públicas. Es una herramienta de presión diseñada para cambiar el equilibrio de poder en una operación que se ha vuelto un pulso abierto con un rival que, por tamaño y narrativa, condiciona todo: Netflix. Según la propia comunicación pública de Paramount, su propuesta es de 30 dólares por acción en efectivo para hacerse con todo WBD. Frente a eso, el acuerdo de WBD con Netflix se mueve en otra lógica, con combinación de efectivo y acciones y una complejidad que, en momentos de incertidumbre, se convierte en munición para el competidor.
Cuando una compañía apela directamente al accionariado, normalmente se dan dos condiciones: o no confía en la receptividad del consejo, o quiere elevar el coste político de rechazarla. En una batalla por el control, esta táctica convierte una discusión “entre directivos” en un tema de “propiedad”: si eres accionista, te estamos hablando a ti.
Paramount busca que los inversores de WBD hagan algo muy concreto: tender sus acciones, es decir, acudir a la oferta pública de compra. Ese matiz es clave porque cambia el terreno del debate: ya no se trata de convencer a un consejo de administración en un despacho, sino de activar una masa de propietarios con incentivos distintos, especialmente si ven un precio por acción más alto o un cierre más probable.
Y aquí entra el núcleo estratégico: Paramount sabe que el tiempo juega a favor del acuerdo ya anunciado. Cuanto más avance el calendario, más se normaliza el relato “la operación está hecha”. La carta, en cambio, intenta instalar el relato opuesto: “todavía no es tarde”.
El primer anclaje de cualquier carta de este tipo es el valor. Paramount insiste en que su oferta en efectivo aporta más certidumbre y un beneficio más directo para el accionista que una estructura con mezcla de activos. Ese enfoque es especialmente persuasivo en periodos donde el mercado castiga la incertidumbre o teme la volatilidad del comprador.
Pero hay otra lectura menos obvia: una oferta en cash también es una señal de fuerza. En estas operaciones, el “tengo el dinero” importa casi tanto como el “pago más”. Y Paramount ha querido respaldar esa narrativa con comunicaciones y documentación pública sobre la financiación, que varios medios han recogido en paralelo.
Además, la operación no está exenta de sensibilidad geopolítica y regulatoria por el origen del capital. El propio proceso ha mostrado fricciones: por ejemplo, se informó de la retirada de un financiador relevante para evitar potenciales revisiones por seguridad nacional en EE. UU. Este tipo de episodios, lejos de ser anecdóticos, alimentan el debate sobre si una compra es “limpia” a ojos de los reguladores y del mercado.
Si el precio es el gancho, la regulación es el golpe al mentón. Paramount ha insistido en que la combinación Netflix + activos de WBD elevaría el riesgo antimonopolio, precisamente por el peso de Netflix en streaming y por el valor estratégico de marcas y catálogos de WBD. Distintos medios han señalado que Paramount enmarca la alternativa como menos problemática ante reguladores que una unión que concentre aún más poder en el streaming.
Aquí conviene leer entre líneas. Paramount no necesita demostrar que el acuerdo rival será bloqueado, le basta con sembrar una idea en la mente del accionista: “puede tardar, puede atascarse, puede terminar en concesiones”. Cuando el sector vive bajo presión (publicidad a la baja, cable en declive, streaming caro de sostener), la palabra “atasco” pesa como plomo.
En paralelo, Reuters ha descrito el momento como una auténtica escalada de pujas con ramificaciones estratégicas para el mapa del entretenimiento y la hegemonía cultural del streaming. Es decir, no es solo una operación corporativa: es una pelea por el control del relato, los premios, la distribución y la próxima década.
Para entender por qué Paramount insiste, hay que mirar el tablero completo. WBD es una combinación compleja de estudio, franquicias, streaming, noticias y cable. Ese paquete tiene dos caras:
Para Paramount, hacerse con WBD es una forma de ganar escala en un mercado donde la escala ya no es un lujo: es una condición de supervivencia. Quien tenga más catálogo, más capacidad de inversión y más distribución puede amortiguar mejor los golpes del ciclo publicitario y del coste de contenido. Y, al mismo tiempo, quien se quede pequeño corre el riesgo de depender de licencias o acuerdos defensivos.
La carta a los accionistas funciona entonces como una admisión implícita: esta es una ventana de oportunidad. Si WBD se casa con otro, Paramount pierde su opción de convertirse en un actor más grande de forma acelerada.
Otro efecto poco comentado es el que ocurre dentro de la propia Warner Bros. Discovery. Cuando un comprador habla con accionistas, obliga a la compañía objetivo a responder no solo con comunicados, sino con argumentos de “deber fiduciario”: por qué su consejo cree que la otra opción es mejor. En términos prácticos, Paramount está elevando el listón: si WBD mantiene el camino con Netflix, tendrá que justificarlo frente a una propuesta alternativa más alta y en efectivo.
Y si el consejo no lo hace de forma convincente, se abre un riesgo reputacional y legal clásico de estos procesos: demandas, activismo accionarial, fracturas internas. No hace falta que ocurra para que el simple riesgo influya en el comportamiento.
La trampa habitual en estas historias es quedarse solo con el precio. Para un accionista, lo decisivo suele ser una combinación de tres factores:
Paramount está intentando ganar en el punto 2: presentarse como la opción más “cerrable” frente a la incertidumbre regulatoria del rival. Su insistencia se explica porque, en una guerra de adquisiciones, muchas veces gana quien logra instalar una frase en Wall Street: “esto se puede cerrar”.
La carta de Paramount no es un simple resumen de ventajas. Es una jugada diseñada para romper la inercia, cambiar el marco mental del accionista y forzar a WBD a defender su decisión bajo los focos. Cuando Paramount insiste, no es por cortesía: es porque sabe que la batalla se gana en percepción, regulación y tiempos, tanto como en dólares.
Si esta ofensiva prospera, veremos más señales típicas de una OPA hostil moderna: nuevos comunicados, comparativas de riesgo regulatorio y, sobre todo, mensajes pensados para el inversor minorista y para los grandes fondos. La industria audiovisual se está reordenando, y el que logre cerrar el movimiento correcto ahora puede definir el tablero durante años.
Redactora de ActualTV especializada en televisión.
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